Hubo un día en el que esa frase de La Bien Querida me causó cierta confusión. El corazón me latía a mil por hora. Lo leí, lo releí, y no me lo creía. Venías a buscarme. Y así fue, maldita sea.
Pasaron los días, la dinamita todavía no había explosionado, y la senda peligrosa todavía parecía un camino de rosas. Faltaba vino y horas para ver que no era más que un laberinto de zarzas cuya única salida era la locura.
El camino equivocado, era, definitivamente, el camino equivocado. La mecha se encendió pero el resultado no fueron precisamente fuegos artificiales, sino el silencio incómodo y la espera indefinida.
No eras tú al que debía dedicarle mis momentos más precisos. Había demasiado tiempo perdido.
Ahora las estrellas se ven más brillantes. He trepado el muro de la realidad que las tapaba, con mucho esfuerzo, y he llegado dónde debía estar, donde estuve antes de ti y dónde estaré mañana.
Aunque todavía queda trabajo, es reconfortante volver a ver cómo brilla, a lo lejos, un horizonte que presagia aventuras.